domingo, 15 de mayo de 2016

COMO ANIMALES HERIDOS


Luis Fernando PÉREZ BUSTAMANTE, periodista
catolicos-on-line, 15-5-16

Es habitual que los veterinarios apliquen inyecciones para acabar con la vida de animales enfermos o a los que ya no quiere nadie. Y empieza a ser habitual que los médicos haga exactamente lo mismo con personas que no quieren seguir viviendo. En Holanda se dieron más de cinco mil casos en el año 2015. Una media de quince muertes diarias.

Es cuestión de tiempo que esa práctica asesina llegue a España. Le darán un nombre pomposo para que no parezca que es lo que es. Seguramente lo hará un gobierno de izquierdas y cuando la derecha vuelva a gobernar, lo mantendrá. De hecho, ya hay legislaciones autonómicas que dejan la puerta semiabierta, vía sedación terminal.

Vivimos en una sociedad en la que la vida se aniquila antes de nacer y antes de que llegue su fin por vía natural. La decisión de vivir o morir queda a voluntad de la persona. En el caso de los no nacidos, depende de la voluntad de la madre y de quienes la rodean.

La profesión médica, que se supone que está para ayudar a la gente a vivir mejor, se está convirtiendo, poco a poco, en instrumento de aniquilación de toda vida de la que piense que no es digna. Ya no se trata solo de personas que están sufriendo una enfermedad terminal incurable. Basta con sufrir un trastorno psíquico o psiquriático severo para ser candidato a la inyección letal.

Es también cuestión de tiempo que una sociedad que se cree con derecho a decidir qué vida es digna y cuál no lo es, aplique sus criterios a seres humanos incluso en contra de su voluntad. Empezarán con las personas que sufren graves deficiencias físicas o mentales. Seguirán con los ancianos. Y si nada lo impide, acabarán con todos aquellos cuya existencia suponga un gasto desmedido para las arcas públicas.

Hay un refrán que dice “muerto el perro, se acabó la rabia". Hoy el perro es el ser humano y la rabia es la civilización occidental. Llaman progreso a lo que no es sino la animalización del hombre. Llaman progreso a lo que no es sino la destrucción absoluta, primero en las leyes y luego en las conciencias, de todo atisbo de ley natural. Es una civilización satánica. A los cristianos nos corresponde vivir en medio de ella. El drama sería que nosotros nos acostumbremos a ello y lo consideremos normal.

Una civilización que en vez de ayudar a vivir a una joven de 20 años que sufrió abusos sexuales en su infancia, opta por matarla, no merece sobrevivir. Nos escandalizamos mucho de los fundamentalistas religiosos que cortan cabezas. Nos repugnan los sistema políticos que aniquilaron millones de seres humanos por pertenecer a una raza, religión o ideología concreta. Pero la democracia liberal, hija del Gran Arquitecto y hermana de los hijos de la viuda, hace exactamente lo mismo -da igual la razón que se use como justificación para matar-, con la particularidad de que lo edulcora y lo presenta como algo bueno y deseable.


Y, no lo duden ustedes, cada vez habrá más “expertos” en moral católica que hagan la labor de convencer a los fieles de que ese camino es el más misericordioso. Ya existen, de hecho. Dirán que el sufrimiento es inhumano y Dios no lo puede querer para nadie. Son los enemigos de la Cruz, a la que consideran como un fracaso, un accidente laboral. Lo peor de todo es que, probablemente, nadie en la Iglesia haga nada por arrancarlos de la comunión eclesial. Salvo que llegue una reforma, hoy más necesaria que nunca, el catolicismo será como una bola más decorativa del árbol de la apostasía.