La fecundación
heteróloga y la necesidad de un compromiso renovado.
Arzobispo Giampaolo
Crepaldi,
Obispo de Trieste
Presidente del
Observatorio Cardenal Van Thuân para la Doctrina social de la Iglesia,
La sentencia con la
que el Tribunal Constitucional ha declarado como inconstitucional la
prohibición de la fecundación heteróloga prevista por la Ley 40, y sus respectivos
argumentos, nos colocan delante de un escenario completamente nuevo y muy
preocupante.
Los elementos de
radical novedad son dos: la viabilidad de la fecundación heteróloga en un
contexto de ausencia de todo tipo de límites legislativos, y la afirmación, en
la sentencia, de un “derecho al hijo”.
El primero de estos
dos elementos abre la posibilidad a un salvaje mercado de la fecundación
heteróloga en el que se degradan valores fundamentales ligados a la persona
humana, a la procreación y a la familia. En una situación de liberalización de
la fecundación heteróloga se abriría la comercialización sin límites de los
gametos, la fecundación sin control a pedido de cualquier tipo de pareja, el
vientre de alquiler, las “familias” pluriparentales o monoparentales, la
tecnificación absoluta de la procreación, la eliminación de los vínculos familiares
tal como los habíamos conocido y que serían reemplazados por algo aterrador que
aún nos cuesta trabajo imaginar, la poligamia heterosexual y homosexual, el
aumento exponencial de la destrucción de embriones humanos, la selección racial
y el incremento de los procedimientos eugenésicos. En pocas palabras, un cuadro
que aterroriza y que, aunque sea presentado por muchos como un marco de
libertad, se prestará a la planificación de la vida por parte de los centros de
poder.
El segundo elemento
de novedad --el "derecho al hijo"-- rompe con la visión de la persona
humana como poseedora en sí misma de una dignidad propia. Se pueden reclamar
derechos sobre las cosas, pero no sobre las personas. La persona es un fin en
sí misma y no puede caer bajo la propiedad de nadie, como ocurriría en cambio
si el "derecho al hijo" derivara en patrimonio cultural compartido y
además completado por la legislación respectiva. Principios así solo habían
sido ideados hasta ahora por regímenes totalitarios. Con el principio del
"derecho al hijo", el hombre se sentirá autorizado a completar la
manipulación de la vida y del ser humano ya en fase avanzada de desarrollo.
Las dos novedades que
he destacado son la base de una re-creación de la identidad humana y de las
relaciones humanas fundamentales, tales como la reproducción, el matrimonio, la
familia, las relaciones entre hijos y padres. Sorprende mucho, por lo tanto,
que pocos se den cuenta de la gravedad del momento, que el gobierno italiano no
haya dicho una palabra sobre estos temas, que las fuerzas políticas eviten
abordarlo adecuadamente, mientras que muchos manifiestan su deseo de que la Iglesia italiana no eluda
ser maestra ante estos fenómenos confusos.
Tenemos que hacer
juntos una reflexión muy seria sobre este panorama desconcertante y encontrar
un curso de acción, tanto en lo que respeta al enfoque cultural, como a las
iniciativas concretas y políticas para llevar adelante.
Lo primero a entender
cabalmente por todos es que en el plano cultural debe ser combatido el proceso
actual de eliminación de la naturaleza y de la naturaleza humana. Esto está
destruyendo al hombre, reduciéndolo a un anexo de la historia, a un fenómeno de
la praxis de las estructuras sociales, a un elemento reconfigurable según la
conveniencia de una cadena armable y desarmable. De este modo, perdiendo su
primacía sobre la historia, el hombre pasa a ser un instrumento del poder,
incluso en contextos democráticos que, con estos hechos, muestran
características de democracias totalitarias.
Se debe recuperar una
reflexión filosófica y teológica de la historia para entender qué es lo que
permite al proceso de secularización seguir avanzando y eliminar, después de
Dios, a todos sus partidarios laicos, a cualquier residuo natural que anteceda
a la acción humana, para determinarlo de manera no sólo cuestionable. Estos
resultados radicales e imprevistos de la secularización moderna, ponen en tela
de juicio la visión de la secularización como hasta ahora se estaba
desarrollando incluso en el ámbito católico.
El carácter
totalitario del cuadro que se perfila obliga a todos los hombres que aman la
verdad a hacer objeción de conciencia con respecto de tantos casos de violencia
a los que la fecundación heteróloga abriría el camino. Por eso será útil una
gran movilización de las fuerzas del bien.
La oposición cultural
a la fecundación sea homóloga o heteróloga, la propuesta de una visión bella y
libre de la sexualidad, de la vida conyugal, de la familia natural, de una
manera humana de amarse, de acoger la vida y velar por ella, de educar a los
hijos para introducirlos en el mundo conscientes de su dignidad, debe ser algo
extensivo. El rechazo a la fecundación heteróloga debe continuar incluso
después de la sentencia del Tribunal Constitucional, tanto porque el "derecho
al hijo" no respeta la visión antropológica del texto constitucional
mismo, como porque, en cualquier caso, por encima de la Constitución, está la
realidad no disponible de la persona y de la familia.
A la lucha cultural
debe añadirse un fuerte compromiso colectivo, por parte de individuos y grupos
asociados, presentes en la sociedad: en la escuela, en las estructuras
sanitarias, en las administraciones locales. Fecundación heteróloga e ideología
homosexualista van juntas. Sus principios culturales están presentes en las
políticas administrativas y sanitarias, así como en las educativas. Allí, estas
ideologías deben encontrar la oposición valiente de padres, profesores, agentes
sanitarios y de funcionarios de las entidades locales, de asociaciones pro-vida,
pro-matrimonio y pro-familia. Aquí hay un campo enorme en el cual
comprometerse.
A estos dos niveles
de compromiso, debe añadirse aquel estrictamente político y legislativo, en los
consejos municipales y regionales, pero sobre todo en el Parlamento nacional.
Gobierno y Parlamento deben tomar en sus manos toda esta cuestión de la
fecundación heteróloga después de la sentencia del Tribunal Constitucional,
como se desprende, entre otras cosas, de algunos pasajes de la misma
argumentación del Tribunal y por ciertas obligaciones que derivan de la Unión Europea. Si
el objetivo final de este compromiso debe ser la prohibición legislativa de
todos los tipos de fecundación artificial, tanto homóloga como heteróloga,
frente a la situación creada es oportuno atesorar lo que enseña la encíclica
Evangelium vitae de San Juan Pablo II, que exhorta a emprender iniciativas para
reducir los efectos negativos en el nivel práctico. Como dice el apartado 73 de
la encíclica, cuando sea públicamente clara y notoria la oposición de un
parlamentario a una ley, tanto en su espíritu como en su texto, y garantizado
su compromiso personal de luchar contra sus presupuestos culturales y sus
contenidos materiales, él puede dar su consentimiento a una ley que, aunque no
sea satisfactoria porque está llena de elementos éticamente injustificables,
reduzca los efectos negativos de una ley anterior. Este es el contexto
doctrinal y práctico que sugiere en este momento un compromiso en el Parlamento
contra la fecundación heteróloga incluso bajo la forma de aprobar leyes que
reduzcan en el plano práctico sus efectos negativos. A pesar de las
diversidades culturales de las fuerzas políticas y aunque muchas de ellas han
expresado su consentimiento a algunos aspectos de lo actuado, es posible y deseable,
con la buena voluntad de todos y con el uso del sentido común, presentar una
legislación correctiva y de contención, en espera de que el compromiso general
por una renovada responsabilidad política haga posible en el futuro una ley
justa en esta materia y sin disminuir –al contrario– el esfuerzo en el País
para que esto ocurra.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân, 17-7-14