La Voz del Interior, 6 de agosto de 2018
Por Carlos Prosperi
* Doctor en Ciencias Biológicas, profesor de Biología
y de Epistemología (UBP)
“Cigoto” es el término general que se utiliza para
designar a la unión de óvulo y espermatozoide con el fin de desarrollarse para
formar un nuevo individuo de su especie.
El óvulo y el espermatozoide tienen un número
cromosómico haploide, es decir que cada uno lleva la mitad de los cromosomas
provenientes respectivamente de la madre y del padre.
Así, por separado, son sólo células y tienen vida como
cualquier otra célula, pero de ninguna manera podrían ser considerados vida
humana ni mucho menos individuos.
Luego de producida la fecundación del óvulo, lo que
también se conoce como la concepción, esto cambia de modo radical. La mitad de
los cromosomas del óvulo se unen con la otra mitad de los cromosomas del
espermatozoide para formar un cigoto, que ya tiene el número cromosómico normal
o diploide, propio de su especie, con lo cual forman un individuo de la misma
especie pero completamente nuevo, bien diferenciado de su padre y de su madre,
en tanto individuo.
Esto es científico y objetivo, y es algo bien conocido
desde hace mucho tiempo, de manera que nadie puede alegar ignorancia de la
cuestión.
La Academia Nacional de Medicina manifestó en el
Plenario Académico realizado el 30 de septiembre de 2010: “Que el niño por
nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al
momento de su concepción. Desde el punto de vista jurídico, es un sujeto de
derecho, como lo reconocen la Constitución Nacional, los tratados
internacionales anexos y los distintos códigos nacionales y provinciales de
nuestro país. Que destruir a un embrión humano significa impedir el nacimiento
de un ser humano. No es opinable. Se trata de un hecho científico afirmado con
toda claridad”.
La declaración de la Academia está por encima de las opiniones
de cualquier otra institución nacional, incluso el Ministerio de Salud o
cualquier otra organización política o social.
Jérome Lejeune, científico de la Universidad de París,
considerado el padre de la Genética Humana moderna, dijo: “No se trata de una
opinión, de un postulado moral o de una idea filosófica, sino de una verdad
experimental. Si el ser humano no comienza con la fecundación, no comienza
nunca. Ningún científico informado puede indicar un solo dato objetivo
posterior a la constitución de un nuevo ADN como hecho del que dependa el
inicio de una vida humana. Afirmar que la vida humana comienza después de la
fecundación no es científico. Es una afirmación arbitraria, fruto de ideologías
o intereses ajenos a la ciencia. El cigoto, fruto de la fusión de las dos
células germinales, es un individuo distinto del padre y de la madre, con una
carga genética que tiene el 50 por ciento de cada uno de los progenitores”.
Seamos honestos. No pongamos en boca de la ciencia lo
que no es verdadero: hay vida humana desde la concepción, por lo que el aborto
significa, sin dudas, matar a una persona.
Sin dudas, la vida está escrita, impresa en un
lenguaje fantásticamente miniaturizado.
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