La Nación, editorial, 25 de
marzo de 2020
En 1998, el gobierno de
Carlos Menem dictó un decreto declarando el 25 de marzo como Día del Niño por
Nacer, en coincidencia con lo dispuesto en algunos países del mundo en ocasión
de celebrar la cristiandad en esa fecha la Solemnidad de la Anunciación.
Dispuso, asimismo, la difusión de esa jornada mediante actos y celebraciones,
al tiempo que alentó a los presidentes de toda América Latina a sumarse a la
iniciativa.
Muy acertadamente, la norma
considera "que el derecho a la vida no es una cuestión de ideología, ni de
religión, sino una emanación de la naturaleza humana".
En estos tiempos de disensos
y discrepancias, vale la pena citar tres párrafos de la excelente exposición de
motivos y considerandos contenidos en aquella norma: "Que la vida, el
mayor de los dones, tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible. Que
el derecho a la vida no es una cuestión de ideología, ni de religión, sino una
emanación de la naturaleza humana. Que la calidad de persona, como ente
susceptible de adquirir derechos y contraer obligaciones, deviene de una
prescripción constitucional, y para nuestra Constitución y la legislación civil
y penal, la vida comienza en el momento de producirse la concepción".
Resulta más que oportuno
recordar estos principios y enseñar en las escuelas que la vida es un don
humano que debe ser respetado en cualquier instancia. Conmemorar esta fecha
tiene por objeto invitar a la reflexión sobre el importante papel que representa
la mujer embarazada en el destino de la humanidad, y el valor de la vida humana
que porta en su seno, como destaca la norma.
Un expresidente de origen
justicialista impulsó el referido decreto, y una expresidenta de la Nación
defendió, al menos durante su gestión, este principio que el papa Francisco
privilegia por sobre todo otro derecho humano.
Nuestra sociedad debería hoy
tenerlo presente.
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