Brújula cotidiana,
28-09-2021
El término
“eutanasia” nunca se utiliza para estos casos, pero en solo un año, entre 2016
y 2017, 24 niños de entre 0 y 1 año fueron sacrificados por no tener “esperanza
de un futuro soportable”. Estos casos no se mencionan porque los padres han
dado su consentimiento. Cuando hablamos de muerte “dulce”, ¿sabemos lo que es
realmente?
En los últimos
días ha circulado en Italia la noticia de que el número de firmas para el referéndum
sobre la eutanasia legal ha superado el millón
–habiendo completado el comité organizador la certificación de más de
513.000 suscripciones-, y en este momento parece por tanto oportuno empezar a
pensar en lo que está ocurriendo allí donde la “muerte dulce” está legalizada
en serio desde hace tiempo. Hablamos de Bélgica, donde, en medio de la
indiferencia general, desde hace algunos años se está imponiendo un fenómeno
espeluznante: el asesinato de bebés cuya vida se considera “indigna de ser
vivida”.
La demostración de
que no hablamos de un bulo lo corrobora el hecho de que recientemente se ha
hecho referencia a esta realidad en un artículo del que nadie ha informado en
Italia, publicado en la revista científica Archives of Disease in Childhood
-Fetal and Neonatal Edition- y comentado en la página web del Instituto Europeo
de Bioética. El título del artículo, End-of-life decisions in neonates and
infants, prácticamente ignora la gravedad del tema que se debate. Es decir, la
eliminación deliberada de vidas humanas siempre que el equipo médico haya
evaluado y considerado que “no hay esperanza de un futuro soportable”.
Según la
publicación, entre septiembre de 2016 y diciembre de 2017, estas
“intervenciones” afectaron a 24 niños de entre 0 y 1 año. La cifra de 24 niños
supone que el 10% de los bebés que murieron dentro de su primer año de vida en
Flandes lo hicieron por una decisión previa que dio lugar a un tratamiento
activo como la inyección letal. Además de ser muy elevado, este porcentaje va
en aumento, ya que en las encuestas realizadas entre 1999 y 2000 era del 7%.
Está claro cuáles
son los problemas éticos en esta situación ya que se trata de verdaderos
infanticidios aunque se cometan amparándose en un supuesto “futuro
insoportable”. La cuestión es
que, si se examina con más detenimiento, también hay problemas jurídicos, ya
que, mientras no se demuestre lo contrario, la legislación belga ya permite
practicar la eutanasia a menores de edad, siempre y cuando tengan capacidad de
discernimiento y estén conscientes en el momento en el que se solicita la
muerte “dulce”. ¿Cómo se explica entonces que en Bélgica se produzcan cada año
decenas de muertes neonatales ante la indiferencia de la población?
Los trágicos casos
de los niños británicos –Alfie Evans, Charlie Gard e Isaiah Haastrup- se han
discutido diligentemente durante semanas, si no meses, así que ¿por qué a lo
largo de los años se ha producido un preocupante silencio sobre el 10% de los
bebés que murieron en Flandes a causa de la eutanasia? El dilema no parece tan
descabellado, evidentemente, y puede aclararse con al menos un par de
explicaciones. La primera es que estos pobres bebés recién nacidos fueron
eliminados, casi con toda seguridad, con el consentimiento de sus padres; de lo
contrario, los casos habrían acabado en los tribunales de inmediato, no en las
páginas de la ciencia en la que, además, se habla abiertamente de la eutanasia.
Una segunda
explicación del fenómeno –y también de por qué los padres de estos niños han
dado probablemente su consentimiento a su muerte procurada- se deriva del
clima cultural que, por desgracia, parece haberse creado en Bélgica. Estamos
hablando de un clima mortífero, como lo demuestra también el hecho de que las
muertes “a demanda” hayan aumentado exponencialmente –desde 2003 hasta 2019 se
incrementaron en más de un 1.000%-, sin que resulte demasiado chocante.
De ahí una pequeña
duda final: ¿El millón y pico de firmantes del referéndum sobre la eutanasia
legal está al tanto de lo que ocurre en Flandes? ¿Qué piensan ellos? Y sobre
todo: en los banquetes de recogida de firmas, ¿se cuentan estas cosas, o se
sigue contrabandeando la eutanasia como una cuestión personal sin consecuencias
sociales? La duda (e incluso algo más que una duda) surge francamente.
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