“la alienación parental no existe” y otras
mentiras de género derribadas por el caso Ghisoni
Claudia Peiró
Infobae, 05 Ago,
2025
Se cansaron de
negarlo. Acusaron descaradamente de pedófilo -ni más ni menos- a todo el que
exponía una falsa denuncia. El mismo epíteto dedicaron a todos los varones que
batallan por recuperar el vínculo con sus hijos. Se autodenominaron “madres
protectoras”, como si los padres no lo fueran. Apañaron a mentirosas seriales,
abriendo el Congreso -y hasta el despacho presidencial- para cobijar a mujeres
en guerra con sus ex para excluirlos definitivamente de la vida de los hijos.
La llamada
“perspectiva de género” derivó en los tribunales en delito de autor: el varón
es culpable por ser varón, y la mujer, si no es víctima absoluta, siempre tiene
atenuantes.
Cuando en octubre
de 2023, luego de pasar 2 años y 3 meses preso en una institución psiquiátrica
y 6 meses en detención domiciliaria, Pablo Ghisoni fue absuelto en el juicio
oral de la infame acusación hecha por su ex, Andrea Vázquez, de haber abusado
sexualmente de sus dos hijos varones menores -el mayor siempre defendió al
padre-, un grupo de diputadas -con Mónica Macha a la cabeza- y activistas
feministas como Dora Barrancos, entonces asesora presidencial, se reunieron en
la Cámara de Diputados para “arropar” a la denunciante y desafiar el veredicto
de una justicia según ellas “patriarcal”. “Absuelto no es inocente” decían. En
ese acto negaron la existencia de la alienación parental y de las falsas denuncias.
Pero, a menos de
dos años de eso, la realidad las desmintió rotundamente cuando Tomás Ghisoni,
el hijo del medio, hoy de 20 años, pudo expresar que había sido manipulado por
su madre cuando aún era menor de edad y que por eso había mentido al denunciar
por abuso sexual a su padre.
La “madre
protectora” bloqueó entonces al hijo “traidor” en todas sus redes. Además, le
impide ver a su hermano más chico, Ignacio, que increíblemente la justicia
sigue dejando a merced de la madre.
En 2019, cuando Andrea
Vázquez se paseaba por los medios victimizándose y acusando de las peores cosas
a su ex, el hijo mayor, Francisco Ghisoni, entonces de 18, publicó una carta
cuyo título era: “Mi mamá, Andrea Vázquez, miente”.
Allí decía que
crecer con su madre “siempre fue complicado”. Y contaba que, al comenzar los
trámites de divorcio, “mi mamá empezó a limitar las visitas con mi papá”.
“Con el tiempo,
empezó a obligarnos a mentir en declaraciones. Entre muchas cosas, teníamos que
decir que no queríamos verlo. Ella nos decía exactamente qué decir y se
aseguraba de controlar que lo dijéramos como ella quería. Nos mostraba cómo
dibujar a la familia en los exámenes psicológicos y cómo dibujar a papá”,
detalló.
“Así nacieron
muchas declaraciones falsas: no es cierto que mi papá me empujó por las
escaleras, ni que me pateó una botella en la cara, ni que tiró a uno de mis
hermanos a la pileta”, seguía diciendo el joven.
El mecanismo que
usaba esta madre obstructora consistía en atacar o cancelar a todo el que no le
siguiera la corriente. Lo hizo hasta con su padre, el abuelo de los chicos,
cuando éste finalmente abrió los ojos y vio la realidad: también él fue blanco
de una falsa denuncia de abuso. Y lo hizo con el hijo mayor. Vázquez lo niega
rotundamente, pero Francisco grabó conversaciones. “Ella dice que jamás me
acusaría de nada -escribió el joven-. Pero eso también es falso: un día
apareció en la puerta del Colegio y me gritó: ‘abusador’, ‘por qué no te matás’
y ‘cómo vivís así’. Tengo conversaciones telefónicas grabadas y audios en los
que me acusa falsamente de abusar de mis hermanos, me maltrata, me insulta”.
Esta es la
transcripción de uno de los audios grabados por Francisco Ghisoni:
Hijo: “Cómo le vas
a decir a Nacho que mi papá lo abusaba”.
Madre: “Yo no le
dije nada, sorete mal cagado (sic), tu hermano declaró en una Cámara Gesell.
Hijo: “Él ni
siquiera sabe qué significa abuso”.
Madre: “Tu papá va
a terminar preso y vos sos cómplice”.
Francisco, el hijo
mayor de Andrea Vázquez y Pablo Ghisoni, siempre defendió a su padre
Pablo Ghisoni, el
padre falsamente denunciado, criticó el trato que dan a veces algunos
comunicadores al tema: “No puede ser que venga alguien a los medios (a hacer
una denuncia) y se lo trate como víctima, en vez de decir denunciado y
denunciante, se dice victimario y víctima”.
Es un efecto del
“yo te creo hermana”, dogma instalado por el MeToo.
Como ya no pueden
negar la existencia de falsas denuncias, el siguiente paso es minimizarlas. Es
una cantidad ínfima, dicen. Hay que distinguir lo que no se puede probar de la
falsa denuncia, argumentan. Y así rechazan los sobreseimientos y absoluciones:
el abuso y la violencia existieron aunque no se los pueda probar.
En realidad, hay
un subregistro de la falsa denuncia por un motivo muy sencillo que explicó el
propio Ghisoni: “Después de atravesar lo que yo atravesé, un proceso penal con
detención, no te quedan ganas de nada, quedás arrasado, sin fuerzas, no querés
ver más abogados ni pisar un tribunal”.
Cualquiera que
haya vivido el infierno de tener que defenderse por años en tribunales por
delitos imaginarios compartirá el sentimiento de Ghisoni. Él no pensaba
demandar a la madre de sus hijos, aunque le sobran motivos y pruebas. Pero en
este caso, el fiscal Jorge Ariel Bettini Sansoni, titular de la Fiscalía N.º 1
de Lomas de Zamora actuó de oficio. Fue él quien demandó a Andrea Vázquez por
la “posible comisión de los delitos de falso testimonio calificado, instigación
al falso testimonio y asociación ilícita”.
Esta última
calificación obedece a la convicción del fiscal de que detrás de la falsa
acusación contra Pablo Ghisoni hubo una red de profesionales y ong, funcionales
a la maniobra y que dieron sustento a la causa.
Ghisoni es más
duro: “Detrás de todo esto hay una mafia de peritos y abogados, porque es muy
difícil sostener tanto tiempo una mentira tan grande y evidente. Claramente hay
un sistema y un núcleo de gente de la que ella se ha rodeado”.
Lo cierto -y
lamentable- es que la mayoría de las falsas denunciantes quedan impunes: el
progenitor perseguido, cuando recupera el vínculo con los hijos, ya no quiere
más dolores de cabeza. Es la justicia la que debería actuar, como lo ha hecho
ahora Bettini Sansoni.
Aunque muy
espectacular, el caso Ghisoni no es el único. En Infobae, me he hecho eco de
infinidad de casos, incluso de algunos que afectaban a madres; casos en los que
la falsa denuncia estaba ampliamente probada, e incluso uno en el cual incluí
el video de la manipulación de un menor por parte de una psicóloga de una de las
ONG mencionadas por Ghisoni (Ver video al pie de esta nota).
Este tema no es
nuevo por otra parte. Ya en el año 2013, cuando Ginger Gentile quiso estrenar
el documental “Borrando a papá”, que exponía la temática de padres excluidos de
la vida de sus hijos por medidas cautelares injustificadas pero eternas,
aparecieron los actores de este modus operandi que ya incidía en las causas en
los Tribunales de Familia. La ONG Salud Activa -creada por psicólogos- fue a la
justicia para impedir el estreno de la película.
Ante la denuncia
de “violencia” -concepto que cada vez se amplía más-, rápidamente los jueces de
familia dictan perimetrales, prohibición de acercamiento, y luego las causas se
eternizan, los expedientes se mueven a paso lento, en parte por desidia, en
parte por insuficiencia de recursos. Ese tiempo es aprovechado por la “madre
protectora” para poner al hijo contra el padre, mediante mentiras, amenazas
(más o menos sutiles), reproches, extorsión afectiva, etcétera.
La asociación
Infancia Compartida, que reúne a hombres y mujeres afectados por esta
judicialización de los conflictos familiares, ha entrevistado a algunos famosos
que de niños sufrieron alienación parental. Son testimonios estremecedores. “Si
te vas con tu papá acá no venís más”; “yo estaba con uno y me hablaba mal del
otro”; “me dijeron que mamá estaba muerta”; “me decían que mi padre era el
lobo”; “procuraba no mostrar que también quería al otro para que no se enojaran
conmigo”. Estas son algunas de las frases que dejan Damián De Santo, Cecilia
Dopazo, Roly Serrano y Gastón Recondo al relatar su padecimiento infantil por
la guerra que se libraron sus padres con ellos como rehenes.
“Borrando a papá”
merece la calificación de documental porque deja pruebas de cómo opera la red
de promoción y encubrimiento de las mujeres que usan a sus hijos en la guerra
que le hacen a sus ex. Y dicho por ellas mismas. Es en esa película donde
Liliana Hendel, actual titular de la Secretaría de las Mujeres de La Matanza,
desarrolló su teoría de que la presunción de inocencia no vale para los
hombres.
“Es difícil que
una mujer invente que le pegaban, que pegaban a sus chicos, que él no le da
dinero o cualquiera de las formas de violencia. Creo que los varones mienten”,
sentenciaba Hendel en aquel documental del año 2013. Y luego, combinando
ignorancia con impunidad, desarrollaba su tesis de por qué la ley no debe ser
igual para todos: “Al revés de lo que sucede habitualmente que cualquiera es
inocente hasta tanto no se demuestre lo contrario, yo creo que en las
situaciones de violencia de género, por la dimensión del problema, debe
invertirse la carga de la prueba”. Por si no había quedado claro, abundaba: “Es
decir, si yo digo que él es culpable, él es culpable hasta que demuestre lo contrario”.
Miedo da.
En el mismo
documental, el abogado Juan Carlos Dietze decía: “Es fundamental recuperar el
principio de igualdad ante la ley que implica no prejuzgar, no buscar
explicaciones para las conductas de las personas según el sexo, porque eso es una
violación a elementales reglas de convivencia humana”.
En “Borrando a
papá”, dos integrantes de Shalom Bait, un Centro de Protección a las Victimas
de Violencia Familiar, exponían el desprecio por los varones que reclaman ver a
sus hijos y la justificación de la exclusión. “Hoy por hoy, yo prefiero una
denuncia de violencia como medida cautelar que uno puede ir trabajándola y
extendiéndola, a un juicio que de repente desde la ideología (sic) de que el
papá es importante para el desarrollo del chico, termine cerrando la
posibilidad de protección de la violencia”.
Esta frase es muy
reveladora. Prefieren que un expediente se eternice en la Justicia de Familia,
renovando las cautelares, a ir a un juicio en el cual hay que mostrar pruebas y
existe el riesgo -para ellas- de que se demuestre la inocencia del padre
excluido y se terminen las excusas para no revincularlo con sus hijos. O sea,
prefieren mantener la presunción de culpabilidad, según Hendel, antes que tener
que admitir la inocencia del denunciado.
Que el padre es
importante para el desarrollo del niño no es una verdad sino una “ideología”,
según ellas.
Borrando a Papá -
El sesgo de género en la Justicia de Familia
Otra referente de
Shalom Bait dice: “Mientras los señores tienen tiempo y horas para dedicarse a
hacer notas, y encadenarse frente a tribunales, hacer marchas en el obelisco y
demás, las mujeres andan llevando a los chicos a terapia, yendo ellas mismas a
terapia, yendo a las audiencias, levantándolos a la mañana para llevarlos a la
escuela, haciendo las notitas de autorización, haciendo la tarea, comprando
remedios, organizando cumpleaños, yendo a trabajar… me cansé”.
¿Todo eso autoriza
a excluir al padre?; ¿cuidar a los hijos da derecho a la tenencia exclusiva?;
¿no tiene derecho a protestar un padre que es excluido de la vida de sus hijos
sin motivo que lo justifique?
El abogado Dietze
decía: “La perduración del conflicto, la intervención del Estado y la
manutención de este estado de cosas hace que una enorme masa de personas vivan
de conflictos que no se resuelven y los que pagan el pato son los chicos”.
Es lo que denuncia
Ghisoni. Un modus operandi y una red de abogados, jueces, psicólogos,
asistentes sociales, etc, que viven de este sistema. Pericias, supervisión de
visitas, revinculaciones, el proceso no se termina más y le da de comer a
muchos. Mientras tanto, hay “niños huérfanos de padres vivos”, como dice el ex
juez de familia Mauricio Mizrahi, a quien el caso Ghisoni le da la razón pues
lleva años dedicado a denunciar la alienación parental que las feministas
adoran decir que no existe, citando a algún lobby internacional como sello de
autoridad.
La alienación
parental sí existe: es la manipulación de los hijos por un integrante de la
pareja en su guerra con el otro. Lo que se desestimó es que se trate de un
“síndrome”. “No es síndrome -decía Mizrahi en entrevista con Infobae-, la
alienación parental no es un tema de la psicología tradicional individual. Es
un problema relacional que deben manejar terapeutas familiares”.
Mauricio Mizrahi
fue juez de familia durante casi 30 años y desde que dejó su cargo en la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil de Capital se dedica a difundir una
problemática que muchos quieren negar pero es bien real: la del conjunto de
tácticas y estratagemas que desarrolla un progenitor para dificultar o
directamente impedir -sin causa justa- el contacto del otro padre con el hijo
en común. Hay padres y madres víctimas de falsas denuncias de abandono,
maltrato, violencia y hasta abuso, privados de ver a sus hijos mientras la
justicia se toma años para dilucidar el caso y aun después de haber sido
absueltos; progenitores que se niegan a acatar las disposiciones judiciales
sobre visitas, revinculaciones o terapias familiares para impedir que se
reanude el vínculo del hijo con la ex pareja. Estas son las situaciones de
injusticia, dolor y daño psíquico que causa la alienación parental.
“Se presenta la
alienación parental cuando un hijo rechaza sin razones justificadas a su madre
o padre como consecuencia de las acciones de descalificación, abiertas o
encubiertas, promovidas por el otro u otra, de mala o buena fe, acciones
destinadas precisamente a lograr ese rechazo -explicaba el ex juez-. Es una
suerte de emprendimiento o cruzada, consciente o inconsciente, que lleva a cabo
la madre o el padre alienante, manipulador o favorecido, con la finalidad de
eliminar la presencia afectiva, psicológica y física del otro progenitor, padre
o madre, en la vida del niño; para lo cual se utilizan diversas estrategias. El
hijo se encontrará totalmente manipulado por uno de sus padres; seducido,
captado y colonizado afectivamente y así, transformada su conciencia, se
convertirá en portavoz del padre o madre excluyente”.
Leyendo las
definiciones de Mizrahi se entiende mejor el caso Ghisoni: “El hijo es objeto
de una instrumentación perversa y aparecerá incluido en la controversia de sus
padres, haciendo suyo el conflicto existente entre ellos. Se borrará la
diferencia entre padre o madre alienante y su hijo. Este repetirá su discurso,
palabra por palabra. El niño estará instalado en una dependencia estructural
exagerada y patológica con ese progenitor, quedando a su merced”.
Mizrahi aclaraba:
“[Todo esto] no es una mera formulación o especulación teórica. Muy por el
contrario, estas situaciones las he vivenciado personalmente cuando me
desempeñé como Juez y nunca dejé de sorprenderme al comprobar estos procesos en
las familias concretas judicializadas en las que me tocó intervenir”.
Por lo general,
decía, “la motivación del progenitor que actúa de modo obstructivo es una
herida narcisista abierta por la ruptura del vínculo de pareja”.
“En la alienación
-agregaba- se involucra a otras personas: parientes, amigos, terapeutas,
abogados, todos deben cooperar en la exclusión del ‘malo de la película’”, y
entre las estrategias usadas, enumeraba: superponer actividades placenteras
para el niño en los días y horarios en que debe ver al otro progenitor,
ocultarle los gestos de cariños o buena voluntad -regalos, mensaje, aportes
monetarios- del otro padre o madre; hablarle mal de éste; marginarlo de todos
los eventos importantes en la vida del niño -cumpleaños, actos escolares,
competencias deportivas-; involucrar al niño en el conflicto de pareja; e
implantarle falsos recuerdos de situaciones desagradables vividas con ese otro
progenitor”.
“Los niños son mucho más propensos que los
adultos a la falsificación de la memoria -alertaba-. Hay que terminar con esa
creencia indiscriminada en todo lo que verbalizan los niños. Está
científicamente demostrado que los niños confunden con facilidad lo vivido,
escuchado e imaginado”.
Mizrahi afirma que
esto se debe a una interpretación exagerada del artículo 12 de la Convención
sobre Derechos del Niño que dice que éste debe ser escuchado. Se interpreta que
hay que respetar la voluntad del chico. Pero, aclara el ex juez, la Convención
tiene un comité que da la interpretación oficial y éste afirma que para que sea
válida la escucha el chico debe hablar con libertad. Dice textual: “...que (el
niño) no diga lo que quiere el padre o la madre sino que hable por sí”. Eso
muchos intervinientes en los procesos de familia no lo tienen en cuenta. “El
chico dice ‘no quiero ver a papá o a mamá’, con suerte lo citan otra vez o
nada, y el psicólogo va a la computadora e informa eso”.
También apuntaba a
otra falla importante del sistema: “Por lo común, en las resoluciones
judiciales, se tolera al psicólogo particular del niño” o al de los padres por
separado. O sea que se avalan los tratamientos individuales, independientes y
desconectados entre sí; todo lo cual lleva a que se afiance y consolide aún más
la alienación parental, porque la herramienta para resolver estos graves
conflictos es la terapia bajo mandato judicial”.
En el mismo
sentido, en una jornada realizada en el Senado, la abogada Fátima Silva
denunció una privatización de hecho de la justicia: “No voy a decir en todos
los juzgados de familia, pero les diría que en un 70% nos están arrastrando a
que decidan terceros –que no son parte de la Justicia– qué va a pasar en un
expediente judicial”.
Explicó la
operatoria de este modo: “En los expedientes tenemos informes técnicos forenses
de peritos que son palabra autorizada. Más que informes son dictámenes
periciales”. Pero ante un informe técnico que sugiere que hay condiciones para
revincular (a un menor con el progenitor), aparece en los expedientes “no una
pericia, sino un informe de psicólogo de parte, que contrata uno de los dos
progenitores al que no le gustó la pericia forense técnica, y viene con ese
informe privado: ‘Ay, no, el terapeuta del nene o de la nena dice que no es
momento de revincular; no importa lo que diga la pericia forense, no es
momento’”.
Una de las muchas
convocatoria
Una de las muchas
convocatoria de Infancia compartida para poner fin a la perspectiva de género
en la justicia y sustituirla por una perspectiva de infancia
Es inadmisible que
los juzgados admitan pericias de parte y no hagan valer las oficiales. Es lo
que hizo Andrea Vázquez: no llevaba a sus hijos supuestamente abusados a la
pericia forense oficial y en cambio presentaba una realizada por su red de
amigos. Esto se repite en infinidad de expedientes y a veces con ayuda de los
mismos jueces como sucede en el caso Herran.
Cuando le pregunté
a Mauricio Mizrahi por qué creía que había tanta resistencia a debatir estos
temas, su respuesta fue: “La llamada ideología de género, o ideología woke, ha
invadido gran parte de los espacios públicos; entre ellos el Poder Judicial. Se
impone el fanatismo, el discurso del odio y la visión única; y entonces lo que
rige es la política de la cancelación. Esta ideología afirma irracionalmente
que los que invocamos la alienación parental pretendemos atacar a las mujeres y
quitarles a sus hijos. Hoy basta hacer una denuncia para que el denunciado se
convierta automáticamente en culpable y para que, sin pruebas, se cortan los
vínculos entre padres e hijos. La imposición de la ideología de género en los
tribunales, implica en muchos casos una violación grosera de la Convención
sobre los Derechos del Niño”.
Mal que les pese a
las “madres protectoras”, la justicia ha empezado a reconocer la alineación
parental. Mizrahi citaba un fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, Sala J, que sostenía que el hijo estaba “atado a su madre por la
manipulación”; “que lo que el niño verbalizaba no era auténtico”; por lo que el
caso “puede calificarse de alienación parental”.
Mizrahi no se
quedaba en el diagnóstico. Sugería soluciones: primero, “una nueva
reglamentación de la ley de violencia familiar” para “dar un mayor sustento a
los jueces para que no corten sin mayores miramientos los vínculos parento
filiales y que, como mínimo, exijan la verosimilitud del hecho y acudan a
caminos intermedios”, como por ejemplo, las visitas supervisadas entre padres e
hijos.
Además, sugería
una ley específica que “sancione severamente a los falsos denunciantes”.
Finalmente, apuntaba a la responsabilidad de las autoridades el Poder Judicial,
Corte Suprema (nacional y provinciales) y Consejos de la Magistratura, que
deberían disponer la creación de más tribunales de Familia para atender la
creciente cantidad de casos.
Muchos de estos
casos son promovidos por personas que tienen un trastorno mental. De modo que
hasta es posible que la madre protectora sea inimputable. No tienen la misma
excusa sus apañadoras cuyas motivaciones son de índole ideológica pero también
material.