viernes, 18 de febrero de 2011

La educación sexual


¿favorece o limita los abortos y las enfermedades?

Por Renzo Puccetti*

“Continuando mi reflexión, no puedo dejar de mencionar otra amenaza a la libertad religiosa de las familias en algunos países europeos, allí donde se ha impuesto la participación a cursos de educación sexual o cívica que transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón”.

Este es el pasaje del discurso del Santo Padre dirigido al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede - pronunciado en la Sala Regia el pasado lunes 10 de enero de 2011 – que ha suscitado críticas entre una parte de la sociedad y del mundo mediático.

Una vez más, el Pontífice Benedicto XVI desafió a la cultura dominante y al circuito propagandístico que pretende reducir el amor a sexualidad y la sexualidad a genitalidad.

Como su venerado predecesor, cuando toca estos temas, el Papa Benedicto XVI se encuentra frente a reacciones descompuestas y casi histéricas.

En este contexto, algunos medios de comunicación acusaron al Pontífice de oponerse a la educación sexual en las escuelas, afirmando que las instituciones civiles italianas son demasiado sumisas al poder religioso.

Se afirma de hecho que la educación sexual en las escuelas es un progreso y se pone como ejemplo lo que ha sucedido en Francia, Holanda o Suecia, señalando a esas experiencias como verdaderos modelos de civilización, de pluralismo y de cientificidad.

¿Pero eso es así?

¿Cuáles deberían ser los objetivos de este supuesto progreso educativo? Desde el momento en que se pide la opinión de representantes del mundo de la medicina, la educación enseñada a los niños y a los jóvenes en las escuelas debería servir para reducir las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados y los abortos entre los jóvenes. ¿Para qué otra cosa debería el Estado pedir a los ciudadanos, ya asfixiados por los impuestos, más sacrificios económicos? ¿O se preferiría un simple reparto que transfiriera parte de los fondos escolares a favor de la “buena educación” sexual?

En Inglaterra, hace algún tiempo, ya no sabiendo qué hacer ante el aumento de los embarazos y de los abortos entre menores de edad, se imprimió un folleto cuyo título era todo un programa: “Un orgasmo al día el médico te ahorraría”.

El prestigioso British Medical Journal, con todo, había publicado en 2009 un estudio cuyos resultados no eran precisamente los esperados: analizando un grupo de 446 jóvenes en riesgo, los investigadores comprobaron que las chicas a las que se les había proporcionado un programa que contenía informaciones sobre la contracepción mostraban una tasa de embarazos tres veces y medio superior respecto a las coetáneas que no habían recibido las lecciones. Con una tasa de abortividad entre las jóvenes hasta los 19 años igual a 23, en Inglaterra la entidad correspondiente ha dado vía libre a la publicidad televisiva de las clínicas abortistas.

En Francia, el país en el que el número de píldoras del día después vendidas el pasado año fue de 1.100.000 cajas, la nación en la que el 95% de las mujeres sexualmente activas que no desea un embarazo utiliza la contracepción, en su mayor parte a base de píldoras y DIUs, el país en el que hay 40 horas obligatorias al año de educación sexual, se practicaron 213.382 abortos en 2007, con una tasa de abortividad entre las chicas de 15-19 años igual al 15,6.

En Suecia, país en el que la asociación para la educación sexual fue fundada en 1933 por la feminista Elise Ottesen-Jensen, donde en 1945 apareció el primer manual para la educación sexual dirigido a los profesores, donde en 1955 la educación sexual en las escuelas se hizo obligatoria, en el país de los vikingos donde desde la más tierna edad se enseña a practicar con el látex vulcanizado en los condom’s days, ¿cuál es la tasa de abortos entre los jóvenes?
“Sólo”, se dice por decir, 22,5, tres veces más alto respecto al registrado entre las mismas edades en Italia, para las que en el último informe se comprobó un 7,2, a pesar de que los “pobres” jóvenes italianos se ven obligados a informarse por los amigos, por Internet y, pensad qué oprobio, incluso por sus padres. Los datos de Holanda, donde en la escuela existe el programa Long Live Love para los chicos de al menos 13 años, no se alejarían mucho de los suecos.

¿Y en el plano de las enfermedades de transmisión sexual?

Aquí los datos son más confusos y más difícilmente comparables, pero puede ser indicativo lo que recogía la Organización Mundial de la Salud respecto a la clamidia, un germen muy malicioso, causa a veces de esterilidad por infecciones no curadas, refiriendo la prevalencia en los años 90: Italia 2,7%, Francia 3,9%, Holanda 4,9%, Reino Unido 6,2%.

¿Entonces? Si estos son los resultados de la educación sexual en la escuela, quiero ser optimista y esperar que en Italia no se dé siquiera un céntimo a estas iniciativas, dejando que cada uno, según su propio grado de maduración, comience su propio recorrido de acercamiento al descubrimiento de una dimensión de lo humano grandiosa y poderosa.

Al periodista Peter Seewald, Joseph Ratzinger en pocas líneas le indicó un error que al hombre post moderno le cuesta comprender: “Queremos apropiarnos incluso de la existencia humana por medio de la técnica, y hemos olvidado que hay problemas humanos originarios que no pueden resolverse a través de ella, sino que requieren un estilo y unas decisiones de vida”.

Antes que de fe, es cuestión de realidad, de responsabilidad y, en el ámbito público, de inversiones apropiadas.

* Renzo Puccetti es especialista en Medicina Interna y Secretario de la asociación “Scienza & Vita” de Pisa y Livorno (Italia).

ROMA, jueves 17 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-

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